Bruselas está ahí, y de ahí no se va a mover. Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Partiendo de esa base, si vamos allí es para estar con nuestros amigos. Los de allí, los de Madrid, los de la Haya y los que se apunten al grupo.
Un buen principio de acuerdo.
Si luego cogemos a este grupo de amigos y nos les llevamos a cenar calderos de mejillones, a tomar lunettes de deliciosa cerveza belga, pasear por Amberes, cenar a mejicanos, bailar a bares trendy, pulirse la VISA en el FNAC o tomar el chocolate más pijo (pero más rico) del mundo, pues es normal que estos amigos se queden con ganas de volver pronto.
Por lo menos con ganas de volver a verse pronto :-)
El momento duro del fin de semana fue la subida al león de Waterloo, que debe de ser el punto más alto de Bélgica, la cual debe de ser tan plana como su hermana Holanda. Tantos escalones después comer tan bien al lado de aquella chimenea tan calentita fueron mortales de necesidad. Y cuando digo «mortales», saben a qué me refiero (nada malo, pero gracioso, un rato)
Y hemos aprendido una cosa. San Nicolás trae los regalos a los niños belgas (al menos a los flamencos). San Nicolás llega a Amberes de España por el río. Los regalos se dan el día 6 de diciembre. Los negros que acompañan a San Nicolás en el barco no son negros, simplemente son limpia máquinas que están sucios. Y otra cosa, a San Nicolás le acompaña una señora muy animada vestida de folclórica de lunares en el barco. Será por eso de que viene de España, digo yo.
Hay más fotos, pero creo que ya os váis haciendo una idea, ¿no?