¡Qué duras son las mañanas después de un día maratoniano! ¡qué mal sienta el despertador cuando uno se echa con el sol ya levantado! Empacamos las maletas, pagamos las habitaciones y nos dimos media horita larga para tomar un buen desayuno en la terraza del Hotel Croatia. Iba a ser difícil olvidarse de un sitio tan paradisiaco como este. Desde la terraza podíamos ver una parte de las islas de Pakleni. Día despejado, mar turquesa, brisa suave, la justa… daba pena irse.
Pero por mucha pena que tuviésemos, la suerte estaba echada y la habitación reservada esa misma noche en Dubrovnik. Nos esperaba nuestra última noche en tierras croatas, y antes de la noche, un viajecito por tierra y mar. Nuestro siguiente destino, la otra punta de la isla, Sućuraj. Allí cogeríamos un ferry a Dvrenik, en el continente y desde ahí conduciríamos a Dubrovnik por esa línea de costa tan bonita, pero con tantas curvas.
La carretera de Hvar a Sućuraj, sobre todo el tramo final, es infernal. Apenas un quitamiedos y terraplenes en los que si se metía una rueda no lo contábamos. Muy peligrosa. Y cansado, más aún. La verdad que tuvimos un chute de adrenalina en esa carretera que nos despertó de un gorrazo. Una vez en Sućuraj, la suerte nos sonrió. El tráfico desde Dvrenik era muy abundante, así que había un ferry extra que iba a llegar en 10 minutos. Tiempo justo para tomarse un café y un poco de agua y subir el coche a bordo.
La llegada a Dvrenik fue rápida. El paisaje, precioso. Uno se podía quedar en la cubierta todo el viaje mirando la abrupta costa croata. Al bajar a tierra firme, lo primero fue aparcar el coche y buscar un restaurante para cargar pilas para el viaje de vuelta. Un poco de pasta y una buena botella de agua, al menos yo, para poder conducir tranquilo las dos horas y media de nacional que quedaban. Un SMS de nuestros amigos malagueños nos indicó que ellos ya andaban de vuelta a Dubrovnik. ¡Bravo por el madrugón!
El viaje en coche tuvo sus momentos. Hay gente que conduce muy mal. Bólidos con un porrón de caballos y cilindros no se pueden llevar a 40 o 50 por hora en una nacional. Señores, cómprense un Panda o viajen en bus, pero no nos vuelvan locos a los demas. Las rectas cerca de Opuzem me permitieron hacer algún adelantamiento croata de esos de cuatro o cinco coches a la vez, pero las curvas finales al acercarse a nuestro destino nos invitaron a respirar, relajarse y tranquilizarse para llegar lo antes posible.
Una vez de vuelta, con el coche entregado sin mayor problema y tras aconsejar a dos franceses que acababan de llegar y que no entendían muy bien la red de autobuses (uno ya era un experto), nos fuimos a la parte vieja. Arrastrando las maletas entramos por Placa Stradum direccion Antuninska a nuestras queridas Rooms Vicelic. Y a pocos metros de la puerta oímos el grito de bienvenida
– Hello Darlings!
Ahí estaba My Darling esperándonos, con nuestra habitación. Más cara esta vez, ya que sólo nos quedábamos una noche, pero bastante mejor que la que tuvimos la otra vez. Aprovechamos para pagar y para que la señora nos aconsejase volver al aeropuerto con el servicio de taxi que ofrecía su hijo, por la módica cantidad de 200 kunas (30 Euros), ya que el bus de vuelta no salía del centro sino de la estación de autobuses, por la zona del puerto. Prometimos pensárnoslo. Al menos esta vez no nos recomendó el Moby Dick.
Unos SMSs para quedar para la cena de despedida con los malagueños y una siesta merecida. Bueno, se la echó Pablo, porque yo la verdad que me pasé todo el rato mirando el internet en el móvil, leyendo y reorganizando la maleta.
La noche empezó en una terraza en Placa Stradum, tomando una, repugnante, cerveza Bavaria (holandesa peor que la Heineken, que ya es decir) y viendo el principio del Holanda-Rusia, para conocer al rival, posible, de la selección en semifinales. Poco tuvimos que esperar, en seguida nos juntamos todos y nos fuimos al Lokanda Peskarija a cenar arroz y mejillones… ¡ah! y una garrafa de vino blanco «frejquito», ¡que no falte! Delicioso, como siempre.
La última la tomamos en el bar aquel que vimos el primer día, fuera de la muralla, con vistas a Lokrum. Un sitio idílico. Con bebidas con sabor a jarabe, pero idílico. Bla bla bla bla… hasta las 2 de la mañana. Y el cansancio, ya habitual estos últimos días, hizo acto de presencia. Momento de ir a descansar y despedirse entre besos y abrazos de esta gente tan maja que conocimos por tierras balcánicas. Espero no perder el contacto con ellos ¡escribid chicos!
A descansar y a hacerse a la idea de que aquello se acababa. Sólo quedaba el viaje de vuelta.